lunes, 12 de septiembre de 2011

Boñar, el reino de los niños.

(Basado en "El Reino de los niños", cuento recogido en "Peralvillo de Omaña", de David Rubio de la Calzada) Recogido de http://www.de-leon.com/default.asp?t=Leyendas&act=7&id=507 :

Hace muchos, muchísimos años, cuando el cielo estaba más cercano a la tierra que ahora, y el embravecido mar cubría infinidad de valles y montañas, vivía en Boñar un poderoso mago o hechicero. Tan alto como el más alto pino de la montaña, llevaba sobre la cabeza un frondoso árbol, de verdes hojas y tupido ramaje. Su barba, de muchísimas varas de largo, era de musgo, lo mismo que las cejas y pestañas. Su vestido era de corteza de encina, y su voz como el rodante trueno, y debajo del brazo llevaba una gaita tan grande como la iglesia de este pueblo.

Las más extraordinarias maravillas llevaba a cabo con el sonido de su gaita. Cuando la tañía dulce y suavemente, todo cuanto podía abarcar con su mirada se cubría de fresca y verde yerba; y si soplaba más fuerte, hasta podía crear cosas vivientes; mas cuando soplaba con furia se levantaba tal tormenta, que las montañas se conmovían en sus cimientos; y el mar, alborotado y furioso, y dando resoplidos como corcel refrenado, se retiraba a lo lejos, dejando anchos espacios de tierra al descubierto.

Una vez fué atacado por fuertes enemigos; pero, en vez de defenderse, se limitó a aplicar la gaita a los labios, y todos sus enemigos se convirtieron en pinos y robles.

Jamás se cansaba de tocar, porque recibía gran placer al percibir el eco de aquellas suaves notas en sus oídos; y aun se deleitaban mucho más sus ojos al ver cómo todo se animaba y cobraba vida en torno suyo. Aparecían innumerables rebaños de ovejas en las montañas y en los valles, y sobre la cabeza de cada una crecía un arbolito, por medio del cual el Mago conocía su propio ganado; y de las piedras esparcidas por allí hizo crear hermosos mastines, y cada uno conocía su voz.

Viendo que los habitantes de los países vecinos no eran tan buenos como fuera de desear, vaciló por mucho tiempo antes de crear seres humanos; mas, por fin, llegó al resultado de que los niños eran buenos y amables, así es que decidió poblar Boñar de niños solamente.

Y comenzó a tocar en su gaita la tonada más dulce que en su vida había sonado; y he aquí que aparecen niños y más niños, en muchedumbre infinita. Ya podéis imaginaros cuán maravilloso y encantador sería Boñar.

Allí no había otra ocupación que jugar; y las inocentes criaturas saltaban y brincaban radiantes de alegría, y eran en extremo felices. Trepaban por las enredaderas y chupaban la dulce miel de sus tallos; y se hartaban de los más codiciosos y dorados frutos de los árboles; dormían en camitas de musgo, y se columpiaban en las ramas de los árboles, y eran, en fin, tan felices como los angelitos de Dios en el cielo durante todo el día. Y aun durante la noche su felicidad se aumentaba, si es que era posible, porque el Mago tañía, para adormirlos, las canciones más suaves, de suerte que les infundía hermosísimos sueños.

Jamás se oyó en Boñar una palabra de enojo, porque aquellos niños eran tan dulces y alegres, que jamás peleaban unos con otros. Ni había tampoco ocasión de envidia ni pesar del bien ajeno, puesto que cada uno era tan feliz como su prójimo, y el Mago tenía muy buen cuidado de que hubiera siempre abundante ganado para alimentar a los niños; con la música había producir yerba en abundancia, para que los rebaños estuvieran siempre bien mantenidos.

Ningún muchacho se lastimó jamás, porque los fieles mastines los cuidaban y conducían a los lugares de más mullido césped, para que jugasen.

Si por descuido algún niño se caía al agua, un perro se encargaba de sacarle; y si algún otro se cansaba, uno de los mastines lo cargaba sobre sus espaldas y le conducía a descansar bajo la fresca sombra de un árbol frondoso.

En una palabra, los niños eran tan felices como los primeros habitantes del Paraíso; y nadie ambicionaba o suspiraba por alguna otra cosa, puesto que ninguno de ellos había visto más reinos o mundos que el suyo, tranquilo y venturoso.

También hay que advertir que ningún poblador de aquella tierra vestía con lujo o con vergonzosa pobreza, ni había suntuosos palacios al lado de miserables chozas; así es que nadie miraba con envidia a su prójimo.

Enfermedades o muertes eran desconocidas en Boñar, porque las criaturas habían venido al mundo tan perfectas como el pollo al salir del cascarón, y ni había necesidad de morir, teniendo como tenían abundante y espaciosa tierra donde habitar.

Nadie sabía allí leer ni escribir, ni tampoco era necesario, puesto que todo les salía a pedir de boca; ni había que tomarse la menor molestia por nada, y no estando expuestos a daño alguno, era inútil todo conocimiento.

Sin embargo, cuando hubieron crecido y se hicieron grandes, comenzaron a cavar pequeñas porciones de tierra y a construir chozas para sí mismos, alfombrándolas de musgo, exclamando con inusitado gozo: "Esto es mío." Y al decir uno de ellos "Esto es mío", los demás lo dijeron también.

Construyeron varios otros chozas como el primero, pero algunos, más listos u holgazanes, creyeron más fácil cobijarse en las que estaban ya echas, y entonces, cuando los dueños lloraban o se quejaban, los intrusos conquistadores se reían.

Por lo cual, los que habían sido despojados de sus viviendas trataron de reconquistarías con sus puños, y comenzó... la primera batalla.

No faltó uno que fué en seguida con el cuento al Mago, quien sopló con furia en la gaita, oyéndose un hórrido trueno que asustó terriblemente a los pequeños guerreros y supieron por vez primera lo que era miedo, y después se llenaron de ira contra el chismoso o correveidile que se fue con el cuento al Mago.

Y así comenzó la lucha y la división en el hermoso y pacífico reino del buen Mago.

Y se llenó de honda pesadumbre su pecho al ver que los pequeñuelos de Boñar se conducían del mismo modo que las gentes grandes de otros países, y pensó cómo atajar y remediar aquel mal.

¿Soplaría con furia la gaita y los barrería al mar y haría aparecer otra nueva gente? Pero los nuevos pobladores serían bien pronto tan malos como los primeros, y además amaba con honda ternura sus pequeñuelos.

Pensó más tarde destruir todo lo que fuera motivo de pendencia; pero entonces todo se tornaría seco y estéril, siendo así que la causa de la lucha había sido un puñado de tierra y un poquito de musgo, y, en realidad, porque algunos niños eran industriosos y diligentes, y otros holgazanes.



Determinó entonces regalarles algunas cosas, y dió a cada uno ovejas y perros, y un jardín para su uso particular. Pero esto sólo sirvió para aumentar la discordia.

Varios plantaron y cultivaron sus jardines, mas otros los dejaron abandonados; y viendo que los jardines de los diligentes estaban hermosísimos y que sus rebaños tenían sabroso pasto y daban leche en abundancia, la envidia y la rabia subió de punto. Los holgazanes formaron una liga contra los diligentes, les atacaron y arrebataron muchos de sus jardines.

Retiráronse al principio los buenos trabajadores a otros lugares más frescos, que se transformaron también en bellos jardines debido al sudor de su rostro y al trabajo de sus manos; pero después, cansados de la insolencia de los holgazanes, resistieron valientemente, y durante la refriega algunos perdieron la vida.

Al ver la muerte por vez primera les sobrecogió terrible pavor y tristeza, y juraron tener paz unos con otros para siempre.

Mas todo en vano; no pudieron permanecer tranquilos mucho tiempo; y como no les era permitido por el juramento darse muerte, comenzaron a robarse sus propiedades y utensilios con fiera alevosía... y las cosas iban de mal en peor.

Viendo lo cual, se apoderó tal tristeza del corazón del Mago, que de sus ojos brotaron ríos de lágrimas, ríos que, atravesando el valle, iban a perderse en el mar; y sin embargo, los malvados niños jamás consideraron que éstos estaban formados por las lágrimas que su bondadoso padre derramaba por ellos, y continuaron en sus pendencias, robos y asesinatos.

Por lo cual, el buen Mago lloraba más y más, hasta formarse impetuosos torrentes y cataratas que devastaban las tierras, formando un vastísimo lago, en el que perecieron ahogados innumerables criaturas.

Entonces cesó de llorar e hizo soplar un viento suave que secó la tierra anegada. ¡Pero qué espectáculo tan triste! Toda la verdura se había desvanecido, y las casas y los jardines yacían derribados debajo de montones de piedra; y los ganados, por falta de pasto, no daban leche. Entonces los despiadados niños cortaron los pescuezos de las ovejas con piedras afiladas, para ver dónde se ocultaba la leche; pero en lugar de leche corrió roja sangre, y al beberla se hicieron más fieros que nunca. Jamás se saciaban de ella.

Así, que mataron muchísimas otras ovejas, y robaban las de sus hermanos, y bebieron sangre y comieron carne.

Entonces dijo el Mago: "Es necesario crear más animales, de lo contrario pronto no quedará ninguno en la tierra." Y sopló otra vez en su gaita. Y he aquí que al instante aparecen toros salvajes y caballos alados de largas y escamosas colas y elefantes y serpientes. Y los niños comenzaron entonces a pelear con las bestias salvajes y crecieron altos y robustos. Algunas de las bestias se dejaron amansar; pero otras perseguían a los niños y mataron a muchos, y como ya no vivían en paz ni seguridad aparecieron pestes y enfermedades; de suerte que bien pronto llegaron a ser como los habitantes de los demás países; y el Mago estaba cada vez más triste y melancólico, desde que todo lo que había creado para bienestar y felicidad de sus hijos se convertía en mal irremediable. Sus criaturas ni lo amaban ya ni se fiaban de él; y en lugar de atribuirse a sí mismos la causa de todas aquellas terribles calamidades, la echaban la culpa al mismo bondadoso padre, diciendo que su creador les enviaba aquellos desastres por vía de entretenimiento.

Y ni siquiera escuchaban ya el dulce son de la gaita que tanto había deleitado sus oídos en los primeros días, y por cierto que el gigante no se cuidaba ya de tañerla.

Abrumado de tristeza yacía dormido por largas horas bajo las sombras de sus cejas, que habían crecido muy largas, cubriéndole el rostro. Mas a veces despertaba, y aplicando la gaita a sus labios soplaba con tal energía y furor que se levantó una temerosa tempestad, haciendo chocar unos árboles con otros, y al poco tiempo todo el bosque ardía en llamas. Entonces se levantó con el árbol que crecía en su cabeza, y tocando las nubes, rasgó su seno y descendió copiosa lluvia que en breves instantes apagó el fuego.

Entretanto los seres humanos sólo tenían un pensamiento: cómo hacer callar aquella odiosa gaita para siempre. Así es que se armaron de lanzas, espadas, hondas y piedras, y se apercibieron para dar la batalla al gigante; mas éste, al verles, soltó tan tremenda carcajada, que hubo un temblor de tierra, tragándose a muchos de ellos con sus chozas y ganado.

Entonces enviaron otro ejército provisto de resinosas teas de pino para quemar su barba; pero él no hizo más que estornudar y se apagaron al instante las antorchas, derribando por tierra a todos sus enemigos. Un tercer ejército trató de amarrarle mientras dormía; pero con estirar sólo sus miembros, rompiéronse al instante sus ligaduras, reduciendo a átomos a todos los que le rodeaban.

También enviaron contra él todas las bestias y animales feroces; mas apenas él lanzó un ligero soplo al viento, cuando comenzaron a caer abundantísimos copos de nieve que lo fué cubriendo todo y sepultó profundamente a los animales, esparciendo una espesa capa de hielo sobre ellos, de suerte que, aunque ya no se ven sobre la tierra aquellas feroces bestias, aun yacen con piel y carne allá, heladas, ateridas, pero sin haber cambiado de forma.

Trataron, por fin, de robarle la gaita mientras el gigante yacía dormido; pero la tenía debajo de la cabeza, y era tan pesada, que ni los hombres ni las bestias juntos eran capaces de moverla. Mas abrieron astutamente un agujero en el fuelle, y ¡oh terror!, se levantó tal tormenta, que nadie podía distinguir la tierra, el mar o el firmamento por la espesa negrura que todo lo envolvía, pereciendo en aquel cataclismo casi todo lo que alentaba sobre el Universo.

Pero el gigante ya no despertó jamás, y allí yace todavía durmiendo con la gaita debajo de la cabeza, sonando a veces, cuando los vientos soplan de aqueste lado de los Pirineos.

¡Si alguno pudiera poner un parche en el fuelle de aquella encantada gaita, Boñar volvería a ser otra vez del dominio de los niños!


La Virgen de Velilla.

En el enclave de Puente Almuhey, dentro del contexto de las montañas de Riaño, nace una carretera que da acceso a los valles del Tuéjar. Su recorrido y detalle presenta al curioso viajero múltiples señales del señorío de Prado.

Enrique Alonso Pérez Redacción - LEÓN. Enrique Alonso Pérez Redacción 11/02/2003

Una vez situados en el valle, rebasado el pueblo de Taranilla, nos encontramos con el de San Martín de Valdetuéjar, donde es obligada la visita a la iglesia, una de las más curiosas de la provincia de León por la singularidad de la fina labra de sus capiteles interiores, y sobre todo por el inexplicable encaje de tres sirenas, dos de las cuales se encuentran entrelazadas por la cola y situadas en la cornisa del muro sur, mientras que la tercera de ellas está empotrada en la torre, y es portadora de una cartela con la fecha de construcción. Valle arriba, siempre siguiendo el curso del río Tuéjar, -que toma el nombre por la antigua profusión de tejos en la zona- llegamos a la antigua y noble villa de Renedo, que durante siglos fue la capitalidad del valle -hoy asumida por Valderrueda- en la que no hace muchos años, todavía podían admirarse los restos monumentales del palacio, capilla y panteón de los marqueses de Prado, actualmente trasladados a la portada del Hospital de Nuestra Señora de Regla en León. El señorío de Prado, uno de los más boyantes de toda la Edad Moderna, gobernaba desde Renedo nada menos que cuatro concejos del entorno: el propio de Valdetuéjar, La Guzpeña, Los Urbayos y el de Lomas, además del pueblo de Anciles, del que se conserva una escritura fechada el 21 de junio de 1631, en la que se puede leer el siguiente encabezamiento: «Escritura otorgada por el Concejo y vecinos de Anciles, recorriendo el señorío y vasallaje de los Marqueses de Prado». El santuario de la Velilla Atrás Renedo, y el ameno pueblo de Otero, parte a la derecha una carretera que conduce a los tres pueblos más apartados del municipio: Las Muñecas, La Red y Ferreras del Puerto, prácticamente despoblados en la actualidad. El otro ramal, que serpentea la falda de Peñacorada, termina en La Mata de Monteagudo, y de él sale una desviación que conduce al santuario que nos ocupa: el de La Virgen de la Velilla. Cuenta la tradición, en ocasiones apoyada por documentos archivados en la catedral de León, que desde los primeros tiempos de la Reconquista se poblaron estos valles, que en su parte más inaccesible, entre Ocejo de la Peña y Santa Olaja, estaban defendidos por un castillo perteneciente a los condes de Aquilare, amigos y parientes de los reyes leoneses. Este lugar, fácilmente reconocible por los restos del castillo, se conoce en la comarca por el nombre de «El Castillón», y no queda lejos del sitio que se supone como asiento de la cueva que habitó el monje eremita San Guillermo, pues coincide con las ruinas que delatan la ubicación de la ermita erigida en memoria de este santo leonés. Pues bien, tanto este monje huido de la quema propiciada por las huestes almanzóricas en Sahagún, como los que se fueron sumando a él atraídos por la fama de su santidad, gustaban de reunirse en una antigua capilla cercana dedicada a la Virgen de los Valles, instaurada quizá en época visigoda, conocida en la región con el nombre de «Santa María de Vallulis», según se desprende de una escritura dirigida por Antolín Rodrigo en 1192 al obispo Manrique de Lara en la que le dona varias fincas «en S. María de Vallulis», señalando el deslinde de «Oter de Moles», «Monoka» y «Collada de S. Marina», con la firma de Urraca, dueña de Monteagudo. La leyenda de Diego El Dichoso Como en tantas y tantas ocasiones, la Virgen quiso mostrarse de forma milagrosa a quien ella sabe que puede honrarla con devoción y de manera permanente. Por eso eligió esta vez al piadoso hidalgo de La Mata de Monteagudo, Diego de Prado, de la linajuda familia que dio origen al marquesado descrito. Cuenta la leyenda, y parece que hay abundantes datos que autentifican hechos y personas, que nuestro hidalgo se encontraba en el año 1470 desmontando un trozo de muro, que en una de sus fincas se ocultaba entre una maraña de zarzas y ortigas, sin sospechar que dicho muro hubiera pertenecido a la antiquísima capilla de la Virgen de los Valles. El caso es que en los intentos de demolición del muro, Diego de Prado quedó mudo de asombro al contemplar un destello cegador que partía de una de las rendijas abiertas por el azadón que él manejaba, hasta que en un segundo intento, y siempre deslumbrado por aquel resplandor, vino a sus manos una sonriente imagen de la Virgen, que fue trasladada a su casa con el consiguiente alborozo de su mujer, María Díez. La compensación por el pecado Y después de una temporada de ocultamiento del hallazgo, debido quizá a un poco de egoísmo en su disfrute, Diego de Prado compensó este pecado de omisión con la construcción de la primera ermita que llevó ya el nombre de Virgen de la Velilla. Desde entonces fue conocido en toda la comarca -y así figura en numerosos documentos-, como Diego el Dichoso.

La Cabra de San Bartolomé de Rueda.

Visitando http://gradefesmunicipio.blogspot.com he recogido esta información:

"Al cabo de un par de minutos que a todos nos parecieron horas, llegó hasta nosotros un balido suave y prolongado; una especie de gemido, de lamento, dulce al principio; pero lúgubre y con una enorme resonancia al final.Se volvió a repetir al cabo de algunos segundos el mismo viento, el mismo gemido, el mismo ¡beeee!, que parecía interminable. Más tarde, y en tono mas fuerte, como más doloroso... cual si le estuvieran rasgando las entrañas al ser que lo producía, otros varios ¡beeee¡ beeee!, y así una vez y otra vez...
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LA CABRA DE SAN BARTOLOMÉ DE RUEDA

Tengo en mis manos un librito delicioso, capricho literario de Pedro Neftalí de la Varga, natural de Vega de los Árboles (León), el pueblecito que queda aguas abajo del Esla, después de San Miguel de Escalada. Él lo titula "La Cabra de San Bartolomé" (Romance Histórico Leonés). Y dice en una nota: "Dentro de un contexto rigurosamente histórico-geográfico, el autor se ha permitido incluir algunas desviaciones noveladas, de carácter literario, que de ningún modo desvirtúan en lo esencial la veracidad de los hechos". Su visión, y sobretodo, su representación poética es de una profundidad popular y compartida, casi comunitaria, al menos en esta Comarca. Así lo veo yo. Neftalí, en las postrimerías de su creación y recreación, escribe así:

LA CABRA LOCA

Siente la gente del campo
la curiosidad malsana
ante lejanas tragedias
y ante desgracias cercanas.
San Bartolomé y Garfín
y aldeas de la comarca
acudían temerosas
al lugar, donde "la cabra"
sus espantosos gemidos
lastimeros berreaba.
"La cabra loca", - decían
cuantos del asunto hablaban,
"Cabra no - sugirió alguien
con autoridad probada -
¿No será el grito doliente,
estremecedor, que el alma
en pena de incendiario
por su gran pecado exhala...?

En el lugar en que el crimen
cometió purga la falta".
Siguió un pesado silencio
corto, y los que le escuchaban
asintieron con un gesto,
al tiempo que se signaban.
Gesto que hizo que en pavor
el miedo se transformara.
Dispersos por el repecho
que une el valle a la explanada
de las ruinas, asombrados
se quedaron cuando el alba
somnolienta despertó
con un "berrido de cabra,imponente..."
Allá en las cuestas
que Garfín del cierzo guardan
surgió el tétrico lamento
que quejumbroso se alarga,
invade el seno del valle,
filtra el quejigal y pasa
la vaguada y el repecho
hasta incrustarse en la entraña
de las ruinas, donde, lento
y agonizante, se apaga.
Un lampo alado, huidizo,
violento y fugaz, le arrastra,
sesgando en su recorrido
hierbas y arbustos
y plantase infiltrando
en los humanos horror,
tristeza en el alma.

Más versiones del asunto en http://rdelavega.soy.es :

Toda la vida, desde niño, he oido eso de “San Bartolomé de Rueda, donde berró la cabra después de muerta”. Pues bien, toda la vida oyendo eso, y resulta que es una historia con la que me topé durante tres años 2006, 2007 y 2008.

Me tocó llevar la gente de los pueblos del Ayto. de Gradefes al centro médico de Gradefes, los martes me tocaba precisamente ese pueblo, San Bartolomé de Rueda, y claro… no pude menos que preguntar por la historia de la famosa cabra, muchas versiones me llegaron de los vecinos de Garfín de Rueda, y dos de los dos únicos vecinos que había en San Bartolo. Yo lo voy a contar más o menos como me parece.

Todo sucede en un corral o majada, situado a uno o dos kilómetros de San Bartolo, y cuatro o cinco después de pasar Garfín, matizando que el terreno de Garfín llega casi hasta allí. Ambos pueblos distan seis Km, cuatro son terreno de Garfín, dos de San Bartolo (Aprox.)

Hacia el año 1920, existe en San Bartolo un hombre, dicen que se llamaba Romanón el rico, no se. Dedicado a la venta ambulante, con mujer y cuatro hijos, ha hecho fortuna, y en un aprisco, se ha construido el corral, dista un par de Km. de la casa, allí llevan al rebaño. Es hombre arrogante y caprichoso.

Pronto empiezan las disputas con los pastores y vecinos del pueblo vecino de Garfín, porque en su arrogancia y prepotencia, el rebaño de Romanón invade día tras día los terrenos de Garfín. Cansados están en Garfín de tanta intrusión, cansados de avisar y reprochar dicha actitud, máxime cuando de los pastos dependen familias más pobres. Pero Romanón no hace caso, y la intrusión no cesa.

En Garfín, un vecino, rumia su rencor, planifica su venganza. Aprovechando la noche, se encamina hacia el aprisco donde se encuentra la majada, cerrada a cal y canto, apenas se oyen algunos balidos cuando los perros ladran desde dentro.

Pero el hombre no necesita entrar… le prende fuego al corral desde fuera, con todos los animales dentro, perros, ovejas y cabras… Dado el material tan inflamable de aquellas construcciones, el fuego se propaga rápidamente, nadie puede apagarlo, porque los pueblos están lejos, las llamas alcanzan a las ovejas, devoran su lana, y luego la temperatura alcanza tantos grados que la grasa derretida de los pobres animales, escurre por la ladera abajo en dirección al arroyo de Valdellorma…

Difícil es imaginar una imagen tan… dantesca, Pues Dante describiendo el infierno, solo imaginaba… esto era real, una puerta del infierno se abrió en el medio del monte y devoró a todos aquellos inocentes animales.

La venganza se consumó. El pirómano anónimo, libre de invasiones, dudo mucho que libre de conciencia…

Se echa la culpa a Romanitos el pobre… mas no se puede demostrar nada.

Un día, un viajero, quien sabe, quizás un vecino de regreso a casa, una temporada después del suceso, al pasar a la altura del paraje testigo del lamentable acto, comienza a oir un berrido que describe como “un mugido como de cabra parturienta…”, no sabe de dónde viene, se oye muy fuerte, su cabalgadura se encabrita y se niega a seguir camino, el hombre, asustado regresa sobre sus pasos y cuenta espantado lo que le ha sucedido.

En Garfín relacionan el suceso con la reciente muerte de Romanitos el pobre, presunto autor del incendio.

¡Qué curioso!, que los berridos comiencen el mismo día de la muerte del supuesto incendiario.

Crédulos e incrédulos acuden al lugar, y a determinadas horas se oye el berrido de la cabra, un berrido espeluznante, que pone los pelos de punta. Algunos valientes buscan su procedencia, pero no la encuentran por ningún lado, ahora se oye por aquí, ahora se oye por allí, es imposible localizar nada.

El suceso corre de boca en boca, de pueblo en pueblo, traspasa fronteras, hasta gente de Madrid viene para oir el berrido de la cabra.

Interviene la iglesia y se intenta bendecir el lugar, pero no da tiempo a concluir nada, porque el berrido se hace tan ensordecedor que amedrenta a propios y extraños, y salen pitando de allí.

Los cazadores más valientes acuden allí con ánimo de terminar con el misterio, armados con escopeta, se acercan al corral, uno por un lado, otro por otro, no llegan a encontrarse, porque de nuevo el berrido se hace tan atronador que los “valientes” regresan sobre sus pasos, tienen miedo…

Nunca se llega a resolver el misterio. Un día, al igual que comenzó, terminó, y no se volvió a oir nunca más.

Mis reflexiones respecto al tema eran muchas, leí lo que pude, la gente que me lo contaba tenía más de 90 años, y la mayor parte del relato, lo sabían porque se lo habían contado sus padres… no variaban mucho las versiones, todas coincidían en casi todo, salvo quizá en que no se ponían de acuerdo en si los berridos comenzaron con la muerte del presunto pirómano, o que cesaron a su muerte.

A pesar de la fascinación que me producía el fenómeno, puesto que muchos martes pasaba por delante de las ruinas todavía ennegrecidas, no le quise dar más vueltas, pensando que si hubiese sucedido hoy en día, a lo mejor con las nuevas tecnologías alguien hubiese averiguado una explicación científica.

De todas formas, de vez en cuando volvía sobre el tema, y un día en el bar, mientras esperaba, un señor mayor volvía a relatarme lo mismo que ya había escuchado tantas veces.

Al salir del bar, me encaminé hacia el autobús, lo abrí, y como estaba solo dejé abierto para que subiesen a medida que iban llegando los viajeros… Pero el primero que llegó fue un señor que había escuchado la historia, y me dijo:

Yo hace muchos años, décadas después de lo de la cabra, reconstruí el corral y guardé allí mis ovejas una temporada, porque está bien situado el lugar, y si te digo lo que vi y lo que escuché allí, no me lo creería nadie.

Por más que insistí, no me contó nada, dijo que si me lo contaba le iban a tomar por loco…

Asi que, no hay nada más que contar, este es el misterio de la cabra de San Bartolomé de Rueda según las conclusiones que yo he sacado, y yo no creo nada, pero como dicen los gallegos… haberlas… hailas.

Otra visión más: smescalada.wordpress.com :

Una primavera de hace 20 años me perdí por allí. Un hombre solo, fue lo único que encontré. Miento…Y un perro. El hombre hacía de casero de todo el pueblo, de alcalde, de juez de paz, de caminero (andaba segando con su guadaña estragada los hierbajos de las cunetas)… y de agente inmobiliario. Me quiso vender dos casas, con sus corrales cuajados de amapolas; y los pajares, con sus bocarones boquiabiertos y vacios; y los corredores de madera gris colmados de parras asilvestradas y de rosales desaliñados, pero repletos de carmesí. Yo, claro, no estaba por la labor…

San Bartolomé de Rueda, además, tiene un monte inabarcable. Cuajado de leyendas y romances pastoriles…

Hoy os voy a hablar de "La Cabra de San Bartolomé de Rueda": ¿ leyenda, romance, historia, o patraña…?

Para empezar, os voy a transcribir una impresión personal de un testigo en 1991. Me la acaba de dar sólo hace unos días, desde Canadá:

Esto no es una leyenda, esto ocurrió de verdad. Fue una cosa de algo paranormal que ocurrió hacia 1919, ahí en unos corrales que hay a la orilla de la carretera entre Garfín y San Bartolome. Yo no lo creia tampoco.. bah…historias de viejos… Hasta que en 1991 pasaba yo por allí por delante de los corrales donde las cabras fueron quemadas y paré a inspeccionarlo. En el 91 quedaban aun unas paredes de adobe del corral original. Una pared estaba inclinada, a punto de caer. Yo con mi incredulidad y atrevimiento, y con la ayuda de un palanco que habia alli, metí el palanco por un agujero y haciendo viga la derumbé al suelo. Para mi sorpresa ví que entre los adobes estaba negro de marcas de fuego y sarrio. Me entró un pavor sorprendente y noté que los pelos de la nuca se me pusieron de punta. Sin más ceremonias salí de allí lo más rápido posible, arranqué el coche, y sin mirar atrás me largué de allí. El corazón no me paró de latir fuerte hasta que no llegué a la carretera de Cifuentes a Gradefes. Estoy convencido que allí algo hubo. Y lo que cuentan los viejos, fue cierto.

Esta "experiencia" se parece mucho a la que cuenta Licinio R.S., de Barrillos de las Arrimadas… Y esto es, para mí, como una demostración de que existe en todo esto algo más que "paranormal". El testigo actual que cuenta su vivencia de 1991 no conoce la historia de Licinio R.S. Os pasaré esa "historia verídica". Voy a indicar dónde podéis leer este cuento o leyenda, contado o contada deliciosamente por Licinio R.S. de Barrillos de las Arrimadas, en una historia escrita por él en el año 1983. Os puedo adelantar que esintrigante…